Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda
que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las
aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y
comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!Al momento
Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe!
¿Por qué dudaste? Mateo 14: 28-31
Este relato parece sacado de un libro de ficción. Fácilmente Hollywood
hace millones de dólares con películas acerca de esto. Pero fue real.
El mismo Jesús que nació en un pesebre, que trabajó de
carpintero, que anduvo por la tierra sanando, fue el mismo que caminó sobre las
aguas.
Sus discípulos creían que era un fantasma, dudaron de su
presencia en medio de la tempestad. Mas él se les reveló y aun en medio de su
duda, hizo que Pedro caminara sobre las aguas. Pero Pedro, al verse rodeado de
vientos y tempestades, dejó de mirar a Jesús. La consecuencia fue clara: se
hundió.
Esto es tan real y sucede tan a menudo en nuestra vida, que
me sorprende ver cuan incrédulos somos. En medio de los problemas, las dificultades,
los dolores y las decepciones, estamos tan involucrados en ello que no vemos a
Jesús. Y cuando al fin decidimos cambiar nuestra mirada (generalmente eso
sucede cuando sentimos que ya no podemos más), entonces nos concentramos en él,
pero los vientos y las tempestades nuevamente nos hacen quitar la vista de
Aquel que puede darnos paz en medio de la tormenta. Y es allí cuando su mano,
que siempre ha estado para nosotros, se estrecha con la nuestra y nos salva.
Hubiéramos podido evitar ese miedo, esa sensación de abandono,
ese dolor, si tan solo no hubiéramos apartado la vista de él. Oh, hombre de
poca fe… ¿por qué dudaste?
El mañana puede no venir para tí. El día de poner tus cuentas
claras con Dios, es hoy.
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