“Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad”. 1a Juan 1:9
El
ser humano, por naturaleza, es egoísta. Por ese mismo egoísmo, desde que nace tiene
tendencia a errar y pareciera que en ocasiones, a no aprender de esos errores. Pero
también es autosuficiente y muy creativo. Estas son características de las que
poco se habla pero que son tan inherentes al ser humano, que hacen parte de su
cotidianidad.
Tristemente,
el egoísmo es la piedra de zapato de todos aquellos que desean avanzar en este
duro camino de errores, aprendizajes, malos y buenos hábitos y deseos de
superación. Desde el mismo Edén, cuando Adán y Eva pecaron, se manifestó ese
oscuro lado de la naturaleza humana caída: Adán culpó a su mujer, la mujer a la
serpiente y en últimas, a Dios mismo por haberla creado. No fue sino despues de
ver las consecuencias de lo que hicieron, que reconocieron que habían cometido
un error y trataron de arreglarlo, algo evidentemente imposible por sus propios
medios. Cosieron delantales de hojas de higuera para tratar de tapar su desnudez (que físicamente
ya la tenían antes de pecar) y pretender que nada había pasado; pero olvidaron
que era imposible cubrir lo que por su desobediencia se había puesto al descubierto.
Esto
es muy común en nuestros días también. Nos equivocamos, desobedecemos los
mandatos de Dios, y en nuestro egoísmo, tratamos de coser delantales, de tapar
nuestra falta, de escondernos de la presencia de Dios. Por nuestra
autosuficiencia, creemos que podemos salir de ese laberinto que nosotros mismos
hemos creado, pero la bola de nieve cada día cobra mas fuerza y cuando menos
pensamos, nos aplasta.
Pero
Dios, así como con Adán y Eva, no nos deja solos. A ellos les hizo túnicas de
pieles, los vistió de la justicia de Jesucristo representada en ese cordero
muerto (necesario para las túnicas) y les dio una nueva oportunidad. Es lo
mismo que hace con nosotros hoy. El versículo
inicial Dios nos recuerda que ‘El es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados y limpiarnos de toda maldad’.
Pero
como siempre, hay una condición: Confesar. No a un ser humano, a Dios mismo,
abrir nuestro Corazón a Él como a un amigo y reconocer que nos equivocamos. No
imaginarás el peso que se irá de tu vida.
Recuerda,
el día de poner tus cuentas claras con Dios, es hoy.
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