“Y
me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad
santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la
gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como
piedra de jaspe, diáfana como el cristal” Apocalipsis 21: 10-11
Es
mucho más hermosa de lo que nuestra mente pueda imaginar. Jerusalén, la Santa
Ciudad, será nuestro hogar por la eternidad. Recuerda siempre que nuestra
ciudadanía no es de este mundo, pertenecemos al Reino de los Cielos, ¡somos
ciudadanos del Cielo! Nuestro paso por este planeta es temporal.
Pero,
así como hacemos preparativos cuando vamos a viajar, o cuando nos mudamos de
vivienda, debemos hacerlo para esa ocasión especial. La Palabra de Dios es
clara en afirmar que quien ‘no tenga las vestiduras apropiadas’ no puede entrar
en la santa ciudad.
Hay
cambios que debemos hacer, comportamientos que debemos mejorar, actitudes que
debemos transformar, malos hábitos que debemos eliminar. ¿Tu ya comenzaste a
hacerlo?
Esto
no es una fantasía. Es real. Tan real como que debemos revestirnos con la
Justicia de Cristo, el único vestido permitido y pedir que transforme nuestro carácter,
que es el pasaporte al Cielo.
El
mañana puede no venir para tí. El día de poner tus cuentas claras con Dios, es
hoy.
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